Coordinación de Mujeres Rurales e Indígenas de Itapúa (COMURI)

COMURI fue fundada en 1999 por un grupo de mujeres rurales del nordeste de Itapúa, quienes se reunían tres veces de por semana y obtenían su medio de vida e ingresos directa o indirectamente de la agricultura, la ganadería, artesanía u otra actividad productiva desarrollada en el ámbito rural. Según Julia Franco, una de las fundadoras, “todo empezó por la inquietud de conformar un espacio propio donde mujeres campesinas e indígenas pudieran encontrar estrategias para defender sus derechos y buscar alternativas frente a la situación de pobreza y exclusión”.

La búsqueda de estrategias pasaba por la necesidad organizativa; la organización y formación eran fundamentales para avanzar en una acción social y política común, que a pesar de la pobreza acentuada en los hogares que tenían por jefa a mujeres, empeoraba aún más para las indígenas, donde se combinan la discriminación y exclusión.

La oportunidad para formarse vino de la mano del Centro de Educación, Capacitación y Tecnología Campesina (CECTEC)[1]. En ese Centro participaron durante dos años en unos encuentros de formación sobre Liderazgo de la Mujer Rural. Esos encuentros les permitieron a las mujeres compartir, interactuar y aprender con sus ideas, con sentires y dudas, y así fueron concibiendo la organización. Además, constituyeron un espacio que les permitió dar un salto colectivo y cualitativo, se sensibilizaron sobre su situación, aprendieron y tomaron conciencia a partir de la reflexión de sus condiciones de vida y el trabajo sobre la desigualdad que sufrían por la falta de cumplimiento de sus derechos.

En el marco de los encuentros de formación, decidieron organizarse y conformar una coordinadora departamental con representantes de cada distrito. Las fundadoras fueron: Julia Franco, electa coordinadora, Juana Kosiol, Lorenza Olmedo, Blanca Galarza, Petrona Villasboa, María Luisa Bogarín, Florentina Irala, entre otras. Entre los objetivos de COMURI estaban: “la unidad de las mujeres, mejorar la productividad de lo que cultivaban y la comercialización de los productos elaborados”. En esos años se estaban instalando las “ferias de productoras”[2] donde las mujeres podían ofrecer productos lácteos, avícolas, alimenticios, artesanías y confecciones de sus propios telares, etc.

En ese marco las reuniones entre las mujeres se fueron intensificando, establecieron contactos a nivel nacional, buscando apoyo técnico y financiero de la cooperación externa. También surgió la necesidad de unirse a nivel nacional y participaron en encuentros más amplios, iniciando el proceso de creación de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI). COMURI es una de las fundadoras de esta organización a nivel nacional.

El recorrido colectivo e individual de esas mujeres en la construcción de COMURI para mejorar sus condiciones de vida, de ellas, su familia y la comunidad, demostraron capacidad para tomar decisiones. Por eso es fundamental reivindicar su participación imprescindible para los procesos de democratización de la sociedad. Conviene señalar que el contexto de organización de COMURI estuvo marcado por los avances que en la década (1990-2000) se lograron en Paraguay en lo que respecta a los derechos de las mujeres. Sin embargo, lejos estaban aún las campesinas de contar con políticas y leyes que les ampararan en sus derechos[3]

El proceso organizativo de COMURI no fue sencillo desde el punto de vista social y principalmente familiar, debido a la situación de subordinación con respecto a su esposos o parejas. Fueron acusadas “de todo”, entre otras cosas las culparon de abandono de “sus tareas y responsabilidades”, o sea del histórico trabajo no remunerado que realizan las mujeres, trabajo doméstico, cuidados de personas y trabajo en la chacra para el autoconsumo. “Tuvimos problemas familiares, con los maridos o parejas, por celos, así también con los hijos varones mayores, algunas compañeras tuvieron que separarse, la situación de las mujeres indígenas era peor, allí los caciques decidían si asistían o no. Era un desafío pertenecer a la organización, todos se oponían a la participación de ellas, no querían que salgan de las casas, salvo para irse a la feria a vender sus productos y traer dinero a la casa”, relata una líder de COMURI.

“Una vez que decidís ser dirigente, salís de la casa, hay compromisos, reuniones, encuentros, seminarios, talleres a nivel departamental, nacional y algunos a nivel internacional, la organización llegaba a absorber casi el 100% del tiempo. La formación política nos permitió tener elementos para discutir, nuestra visión se amplió, pero tuvimos muchos problemas con la familia”, cuenta Julia Franco.

En la misma línea, pero en otro nivel, los líderes masculinos de las organizaciones campesinas no miraban con buenos ojos que las mujeres se organizaran como sector para luchar por sus intereses.  Así lo señala Magui Balbuena, en calidad de coordinadora de CONAMURI organización nacional. “A lo interno del Movimiento de Campesinos sin Tierra, llevamos la propuesta de organizarnos y algunos compañeros decían que no, que las mujeres no tenemos experiencia, que “no sabemos leer, que no sabemos nada, que somos tontas, que no hablamos, que no nos defendemos, que es muy difícil para nosotras salir de la casa”. Cuando una mujer se levantaba para hablar, salía un compañero y decía: “la palabra de la mujer no vale para nada y es mejor que se calle esa señora que está hablando, porque no sirve lo que dicen las mujeres, kuña he´ iva ndo valéi” (en español sería, “las mujeres no valen para nada”). Las mujeres como subalternas, siempre en posiciones de menor valor, débiles, en la sombra, son entre otras las concepciones sobre las que se ha construido y operado la idea de la superioridad masculina y la inferioridad de las mujeres. Esta herencia cultural machista patriarcal que menosprecia a las mujeres, es la más temible de las barreras que enfrentan las mujeres para ejercer sus derechos y su ciudadanía.

COMURI y más tarde CONAMURI les dieron visibilidad y protagonismo a las mujeres rurales. La contribución de esta organización fue fundamental en la interlocución con las instituciones del Estado para contribuir en el diseño de políticas públicas, tal como lo hicieron durante la formulación de la Ley 5.446/15 Políticas Públicas Para Mujeres Rurales. Políticas, planes, programas y proyectos orientados a reconocer a las mujeres productoras como actoras económicas relevantes en el área rural, con derechos y necesidades específicas, que requiere del reconocimiento del Estado y de respuestas para fortalecer sus capacidades, en correspondencia con la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial de la Mujer 1995, la cual reconoce los aportes de las mujeres trabajadoras del campo, y su contribución al desarrollo rural y agrícola, a la seguridad alimentaria y la reducción de la pobreza.

Redacción: Isolina Centeno Ubeda

Fuentes:

  • Magui Balbuena, Semillas para una nueva siembra. Elisabeth Roig. Trompo Ediciones, 2008.
  • Entrevistas a Julia Franco

[1] El CECTEC estimuló la organización, formación y participación, de las mujeres jóvenes y adultas. La capacitación y asistencia técnica productiva del CECTEC ha tenido como línea de trabajo la seguridad alimentaria, les apoyó en la promoción para la comercialización directa de sus productos. Las mujeres campesinas suelen instalar los fines de semana ferias, pequeños mercados donde ofrecen sus productos agrícolas y artesanales preparados por ellas mismas.

[2] Las feriantes son productoras campesinas que ofrecen diversos productos agrícolas y semindustriales, cultivados y/o elaborados por ellas mismas y sus familias los fines de semanas en las plazas públicas. La mayoría de las feriantes han sido atendidas por la Dirección de Extensión Agraria (DEAG), del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).

[3] Solo se les menciona a modo de diagnóstico en el Primer Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres 1997-2001, en las pág. 62-63.

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