Entre un montón de información que sobresatura, también hay demasiada desinformación (porque no siempre la información es “real”). En medio de esta oleada que informa y a la vez desinforma, nos enteramos de un nuevo y lamentable caso de abuso sexual infantil, donde es víctima una niña de 10 años del distrito de Carlos Antonio López, Itapúa.

¿Qué tiene de relevante? ¿Qué importa si siempre hay abusos? Total, es un tema típico, casi normalizado y muy noticioso. En fin, dentro de las idas y vueltas que intentan explicar lo que ocurrió y cómo ocurrió tal situación, también deben visibilizarse otros abusos.

Sin ánimo de justificar lo injustificable, porque la violencia no tiene justificación (al menos eso dice la “teoría”), surgen varias situaciones dentro de esta misma situación: la pobreza extrema, la falta de salud mental, y por supuesto, el abandono total del Estado.

Este hecho ocurrió en un contexto sumamente penoso. Una madre con falta de salud mental, viuda, a cargo de siete hijos, sumergida en una extrema pobreza y en el total estado de abandono posible (al menos eso dice la información recibida)

¿Pero qué tiene que ver todo esto si un abuso sexual también puede ocurrir en las “mejores” familias? Ya saben, incluso en la iglesia.

Bueno, tiene mucho que ver porque no es un hecho aislado. Ocurre en el marco de una estructura social en decadencia. Es el síntoma de una enfermedad que viene incubándose desde hace mucho tiempo.

En este punto, hablo un poco sobre la violencia estructural, un concepto acuñado por el sociólogo Johan Galtung. Este tipo de violencia no permite que las necesidades básicas de la gente sean satisfechas, y es considerada como una de las más dañinas de todas las violencias, porque es la más difícil de detectar, al punto de ser totalmente naturalizada. Se produce como resultado de una ausencia de instituciones, leyes u otras estructuras sociales.

Galtung también la llama violencia indirecta porque los principales daños que sufren las personas no se pueden ver en casos individuales aislados. La violencia estructural se usa para mantener distintas desigualdades sociales, como el racismo, el extremismo religioso, la desigualdad de género, entre otras. La parcialidad de quienes forman parte del grupo opresor puede hacer difícil identificar esta violencia, en parte porque no ven a los grupos oprimidos como completamente humanos.

Entonces, ante una estructura estatal caduca, ausente, pobre y deprimente, ocurren demasiadas injusticias y desigualdades. Y entre esas injusticias y desigualdades, abusos.

Una situación de abuso o de violencia, es consecuencia de una larga cadena de situaciones que se desencadenan cuando ya no hay por donde salir.

Nada justifica la violencia, pero hay una estructura desestructurada (o quizás demasiado bien estructurada) que quiere que sigamos así.